Debía tener yo casi veinte años cuando mi madre, mujer religiosa aunque no fanática, me dijo una frase que se me ha quedado en la memoria durante todos estos años: “¡Ay hijo mío, con todo lo que te he enseñado y no has aprendido nada!”. Se refería mi madre a que tuve durante mi infancia una educación religiosa, como correspondía en los años cincuenta, en la que ella tuvo mucho que ver y sin embargo en aquellos años finales del franquismo yo había adquirido lo que llamaríamos una “exquisita formación anarquista” antirreligiosa, antifranquista y lejos de todo aquel aprendizaje religioso. Mi conocimiento de los evangelios, de la Biblia en general y de la historia y funcionamiento de la Iglesia Católica era notable pero mis lecturas se habían decantado hacia Kropotkin, Bakunin, Nechayev o Proudhon con el resultado de formar parte de un grupo anarquista que incluso llegó a publicar un folleto, ilegal naturalmente, al que llamamos “Eidos”, así, en griego.
Del conocimiento y rechazo de la religión, en general y del catolicismo en particular salió mi afición a estudiar la realidad de los evangelios, es decir su falsedad histórica, su invención mítica y su utilización política hasta que llegué, incluso, a escribir y publicar una novela “Las cartas de Antioquía” donde explicaba que Jesús de Nazareth era un pretendiente al trono de Israel, enemigo de Herodes, líder de la secta de los esenios y enfrentado a Poncio Pilato. También, en línea con mi afición al espionaje, dejé claro que Judas El Cariote no era “el traidor”, sino que era un agente doble que trabaja para el Sanedrín y para Cayo Séptimo Marcelo, jefe del contraespionaje de Pilato.
En esa línea tengo que lamentar que no ha sido hasta este verano que he conocido las novelas de Daniel Silva, escritor norteamericano de origen portugués y magnifico autor de espionaje. Leí primero “La chica nueva”, que me encantó, y posteriormente “La Orden” donde he acabado de conectar mis recuerdos religiosos con su obra literaria. Recomiendo leer “La Orden” encarecidamente porque en esa novela se pone en claro algo que yo siempre había estudiado y aprendido, que los evangelios, los cuatro evangelios ofíciales, Mateo, Lucas, Marcos y Juan son, cuando menos una invención sin base histórica. En la novela de Silva se explica con tal claridad que vale la pena leerle como si fuera un texto universitario. La trama de la novela, aparte de utilizar un magnífico jefe de la Inteligencia israelí de apellido Allon (perfectamente referido a un auténtico personaje) relata aquello sucedido hace unos años y envuelto en la oscuridad que fue la muerte del Papa Juan Pablo I a los 33 días de ser elegido Papa. No es necesario que hable yo aquí de aquella muerte, es suficiente con leer “La Orden” porque así el lector puede hacerse la ilusión de que se trata de una novela y que Jesús de Nazareth resucitó y subió a los cielos.