SIN INTENCIÓN. No tenía intención de matarlo. No era eso. Todo empezó de la manera más tonta. Habíamos decidido asaltar la gasolinera en la noche del sábado al domingo. Parecía fácil. Era muy tarde, o muy temprano según se mire, sobre las dos de la madrugada. Fue él el que me dijo que lo más probable es que estuviera cerrada. ¿Y eso por qué?, le dije. Pues porque está en medio de un barrio de esos que duermen de noche, donde la gente no sale a nada. ¿Qué es eso de que la gente no sale a nada? No se lo dije pero es lo primero que pensé. Vaya manera de hablar. Yo conocí al Sebas en la cárcel. Creo que fuimos de los últimos inquilinos de la Modelo, sí esa cárcel que han cerrado y que era como un monumento, con sus paredes de cemento, sus torres en las esquinas y aquelle especie de caperuza que se veía de lejos. A mí me habían trincado por robar un par de bolsos delante de unas cámaras de seguridad de esas de los bancos. Era un buen sitio, en una esquina con poco tráfico y el dichoso banco. Debí haber pensado lo de las cámaras, pero uno no puede estar en todo. Bueno, a lo que íbamos. El Sebas estaba por algún chanchullo con tarjetas, bueno no sé, algo así porque no hablaba mucho, pero tenía un buen abogado y consiguió salir unos días antes que yo. Habíamos hecho buenas migas, nos caímos bien y eso que era un tío de pocas palabras. Nada más salir yo nos vimos en un bar que hay al final de la Rambla, a mano izquierda. La ide fue de él y me venía bien tomarme unas copas a su salud y a su cuenta, claro porque yo no andaba muy bien de pasta. Y entonces me propuso lo de que nos asociáramos, la palabreja era de él. A mí la verdad es que siempre me ha ido bien juntarme con alguien que tuviera buenas ideas. Yo soy más un hombre de acción, algo que ya tenía claro de pequeño cuando solucionaba mis problemas a hostias. Lo de pensar y darle vueltas a las cosas no es cosa que me vaya. Por eso conecté bien con Sebas. El primer trabajo en común y el único fue en una peluquería cerca del mercado de la Rambla. Me lo propuso la misma noche que tomábamos unas copas un poco más abajo. La idea, de él claro, era hacerlo de noche, con cuidado, dijo. Un par de barras de hierro, un saco de lona y nos llevamos el dinero que había en la caja, no mucho, además de algunos aparatos eléctricos y productos de belleza que, dijo, se podían vender después. A mí me pareció que aquello no era un robo como dios manda, pero él parecía tener muy claro que era fácil y con salida segura para el género.
Lo de la gasolinera, a lo que íbamos, era más serio. Según me dijo allí había mucho dinero en un sábado por la noche porque como al día siguiente era domingo y no abrían los bancos no tenían más remedio que dejarlo allí. De todo aquello tan raro me di cuenta después, cuando ya estábamos en su coche, tenía coche y me enseñó una pipa, una pistola de nueve milímetros que parecía nueva, como si la acabara de comprar en el súper. Digo raro porque la gente paga ahora con tarjetas en las gasolineras y billetes hay pocos. ¿Por qué quería el Sebas atracar una gasolinera cerrada y con una pistola? Bueno eso pensé cuando me lo propuso, bueno no exactamente cuando me lo propuso, sino cuando me vi en el coche, de pasajero y con la pipa en el cinturón del Sebas.
Llegamos a la gasolinera como ya he dicho sobre las dos. Estaba cerrada, claro, pero al Sebas no pareció sorprenderle. Se quedó mirando al vacío, quiero decir a la gasolinera a oscuras, todo cerrado. No había nadie, al menos eso era lo que parecía. Entonces todo empezó a torcerse. Me dijo que saliera del coche y que me acercara hasta la oficina, a oscuras como he dicho, mientras él vigilaba. Yo ya empezaba a mosquearme. Había empuñado la pistola y parecía como si me apuntara con ella. Quiero decir que la pipa me miraba a mí y no a la gasolinera. Fue entonces cuando le pregunté que qué estaba pasando y cuando me apuntó de verdad. Me dijo que no le replicara cuando me ordenaba algo, de malas maneras. Tengo que reconocer que me asustó. Salí del coche con la sensación de que allí pasaba algo malo. Y entonces vi al otro. Salió de la oscuridad, de ningún sitio porque no llegué a verlo bien. Quiero decir que apareció y ya está. Se quedó en la esquina de la gasolinera y el Sebas dejó de ocuparse de mí. Les oí discutir, no gritaban, supongo que para no llamar la atención pero la cosa fue a más, empezaron a gritarse y vi entonces como el Sebas esgrimía otra vez la pistola. El otro tipo no pareció asustarse, se abalanzó sobre él y se liaron a hostias. Yo me acerqué no sé… con la intención de… ahí empezaron a complicarse las cosas porque no supe que hacer. Y entonces pasó. En uno de los lances Sebas perdió la pipa, se le cayó al suelo, a mis pies. Yo creo que fue sin pensar, pero me agaché y la cogí mientras ellos seguían vapuleándose. Sebas le dio un puñetazo en ese momento y el tipo se tambaleó, a punto de caer. Yo tenía la pistola en la mano, el Sebas se volvió y me gritó, algo como “¡qué cojones haces!” y me insultó. Era algo que solía hacer, me llamó gilipollas y tarado. No lo hice con intención pero… apreté el gatillo. No quería matarlo, lo juro, pero me gritó como si fuera su perro o algo así, así que le pegué un tiro. Cayó sin decir ni pio con un agujero en el pecho y el otro tío se quedó helado mirándome, levantó las manos como si yo estuviera allí para liarme a tiros y fue andando de espaldas, alejándose, hasta que llegó a la esquina y salió a toda leche. De verdad que no tenía intención de matarlo, quiero decir al Sebas, bueno al otro tampoco. Tiré la pistola al suelo y me fui corriendo también. No sé yo como acabará esto, pero de verdad que no tenía intención de matarlo.
Sin comentarios