Novelista o analista.
En 2009 acababa de publicar mi novela «El espía imperfecto» cuando recibí una invitación inesperada. José Sanmartín, catedrático de la Universidad de Alicante, especializado en Servicios de Inteligencia, me invitó a participar en un cursillo de verano sobre su especialidad a celebrar en la Universidad Politécnica de Cartagena. Mi participación debía versar obviamente sobre el contenido de mi novela, ETA y el trabajo del CESID español de la época. Sanmartín y probablemente alguien en el servicio de Inteligencia habían captado que en la novela existía un trabajo cercano al entorno de la organización vasca, algo que yo había conocido de rebote por algunas amistades cultivadas en la localidad de Mondragón y en mi afición por la alta montaña. Cuando recibí la invitación me entró la sensación de enfrentarme a algo que superaba mis posibilidades y mis conocimientos y recurrí a un amigo periodista que a su vez me conectó con un militar ex miembro de los servicios de Inteligencia del Ejército al que le pedí ayuda sobre cómo enfrentarme a una pléyade de agentes secretos en activo en el escenario del antiguo cuartel de marinería de la Base Naval de Cartagena. Ese contacto, ex agente muy bregado, me dijo algo que me ha quedado claro desde entonces: «El trabajo de un analista de Inteligencia y el de un novelista es el mismo. Se recoge información, el analista lo resume en dos folios que entrega a sus superiores y el novelista en doscientas o trescientas páginas». Y así me enfrenté al auditorio de estudiantes y especialistas en Cartagena hablando de ETA, Mondragón y mi espía imperfecto.