
El valle que forma el río Kerkha, en la parte central de los agudos y escarpados montes Zagros, es una profunda brecha, una herida abierta en el imponente roquedo, por cuyo fondo discurre el curso de agua, violento y ruidoso en primavera y algo más tranquilo en los primeros días de un tardío otoño. El valle es salvaje y abrupto en su parte más profunda, junto a la corriente, cortado por imponentes piedras blancas, como cuchillos elevados hacia el cielo, que hacen muy difícil la marcha por los márgenes. Un poco más arriba, el terreno se suaviza, se cubre de hierba verde y fresca y asciende hacia los pasos arrasados por el viento entre las cumbres nevadas. Suele ser un pasto verde y jugoso que da buen alimento a renos, alces y corzos, que a su vez sirven de pasto a los lobos, al oso y a las aves carroñeras. Dicen los guti que pueblan el valle, que el dios Gudana, su dios principal, abrió la montaña para dar salida a las lágrimas de su esposa, Niamiya, y lágrimas y no otra cosa es el agua fría como la nieve que corre montaña abajo, hacia el lejano Eufrates.
El valle del Kerkha, junto con los de sus tributarios Narha y Esnaun, forman lo que en la Tierra de los dos ríos se conoce como Los Tres Valles, el corazón del país de los guti, el lugar temible de donde salen las hordas infernales que, de improviso, como la inundación, por sorpresa y amparadas en la noche, caen con toda su furia sobre la tierra sagrada de Sumer. Los guti de los tres valles son los más temibles de todos esos guerreros del infierno, de largas barbas y ojos de fiera. Dice la memoria de los hombres de la tierra de los dos ríos que los guti queman vivos a los hombres mujeres y niños dentro de sus chozas y sacan los ojos de sus prisioneros para ofrecerlos a Gudana porque, al parecer, es un dios que no goza de buena vista; de ahí las siempre perennes nieblas que cubren los picachos de los montes y que muy frecuentemente ruedan sobre los valles. El frío, la nieve y el inmisericorde Nergal, el malvado dios sol del verano, ha moldeado, a mi juicio, a ese pueblo semejante al tigre y a las aves carroñeras, que no sirven sino para recordarnos que el Irkalla está entre nosotros y no es necesario ir a buscarlo al más allá, porque él solo puede caer, como una nube de tormenta, sobre la tierra sagrada. Dicen también los sacerdotes de Sumer, que Gudana es casi un dios único, un dios celoso y vengativo y en los años en que el dios de las nieves les castiga con más fuerza, clama venganza contra él y empuja a los guti hacia el llano.
En el tercer año del reinado de Lugalzaggesi de Umma, un tiempo en que todavía en la Tierra de los dos Ríos no había resonado el nombre de mi señor Sargón, el Rey Verdadero, los guti de los tres valles se enfrentaban al desastre. Acababan de pasar el peor verano que los dioses les habían enviado desde que Anu, el señor del cielo, quiso crear el paraíso terrenal. La sequía más espantosa y el sol inmisericorde habían quemado todo rastro de hierba, liquidando el alimento para renos y alces que habían muerto en masa o habían emigrado hacia el sur, buscando algo de comida. El invierno estaba próximo, los graneros vacíos y los indicios del cielo y de las vísceras de los animales anunciaban hambre y desesperación.
Innaum, sacerdote y escriba de Sargón de Akkad, el Rey Verdadero